martes, 30 de agosto de 2011

Nuestro primer horno y otros asuntos

Retomando el hilo de la Historia de Berninches, dejando atrás a la alquería fortificada de la cabecera del Arlés, con sus connotaciones tan benedictinas como francófonas, superando incluso la leyenda de aquella batalla en un Val de la Matanza, los legajos y pergaminos nos depositan en los albores del siglo XIV. Y, como terminaron aquellas escasas citas a través de la anterior centuria, comienza con una mención al Collado que, recordemos, suponía ya un enclave de cierta enjundia, al articular un hospital-enfermería a los que los monarcas solían donar un bien preciado para estos menesteres: la sal que ayudaría a cauterar las heridas (mediado el siglo XII los calatravos se preocuparon de controlar el máximo número de salinas peninsulares). Así consta que en el año 1300, a 2 de marzo, el rey Fernando IV concede las tercias de Santiesteban del Puerto (con sus castillos), las de Zorita, Cogolludo, Sabiote y el Collado al maestre de la Orden de Calatrava, frey García López a cambio del monasterio del Santo Ángel de Ursaria (1). Tenemos, como resultado final, que el Collado amplia poder como enclave, al serle conferido el título de "tercia", o casa en la que se habrían de depositar los "diezmos", esa décima parte que el campesinado habría de pagar en este caso a la Orden, por medio de su comendador, sobre la cosecha lograda.

martes, 16 de agosto de 2011

Vivir en la Edad Media (IV)

Las relaciones del pueblo se basaban en la memoria colectiva, consolidada a través de la ceremonia. Todo acto de relevancia social habría de ser público, ante testigos, que conservaran el recuerdo de lo visto u oído, y al envejecer los testigos se veían en la obligación de transmitir la herencia de los recuerdos en asambleas donde convenía introducir a jóvenes y niños. Incluso, se daba por productivo abofetearlos durante el momento álgido de la ceremonia, con objeto de vincular el hecho transmitido al dolor físico, como método “infalible” para que recordaran con ello el momento crucial. También esta transmisión ritual solía formalizarse a través de signos (ramos, armas, piedras, etc) atados a los pergaminos redactados con objeto de que la gente (mayoritariamente analfabeta), asociara a ese símbolo el conocimiento transmitido a través del papel leído. El dolor suponía un patrimonio de la mujer, y por ende el varón habría de despreciarlo, so pena de romper su condición viril, degradándose a un status considerado exclusivamente femenino.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Vivir en la Edad Media (III)


La guerra...Guerra es la ciencia de la destrucción, como diría John J. Caldwell. Para Carl Von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política, por otros medios. Con las razones de ambos, uno de los oficios más antiguos del hombre, la aniquilación de sus semejantes, tuvo especial relevancia durante las turbias edades que comprendieron la Edad Media. Y, las guerras por motivos religiosos, jugaron un papel preponderante sobre el resto. Ciñéndonos a la situación de la Península Ibérica, nunca existió un armisticio duradero entre musulmanes y cristianos en la línea fronteriza, acaso sólo acuerdos frágiles de paz. El proceso de Reconquista se efectuó en un flujo de avances y retrocesos sobre las tierras, con audaces golpes de mano llevados a cabo por una u otra parte, en medio de derrotas y victorias; no existió un empuje arrollador por ninguno de los dos bandos. En puridad, la palabra “guerra” designaba la luc ha entre los magnates, y el término “bellum” se empleaba para aludir al combate contra el árabe. La “hueste” significaba la ofensiva dirigida por el rey o su lugarteniente, el “fonsado” hacía mención a las campañas lanzadas por ciudades o magnates y la acepción “apellido” se refería a la leva masiva movilizada en caso de invasión. También se usaba para designar a la llamada municipal ordenada por un mandatario para el arresto de delincuentes o prófugos. La expedición en terreno infiel era denominada “cabalgada”, “algara” o “corredura”.