martes, 12 de julio de 2011

Vivir en la Edad Media (I)

El siglo XIII, viene empobrecido de datos para nuestro caso. Tan solo podemos reflejar a lo largo de esta centuria sendas menciones al Collado, a través de lo que ya constituía una edificación de relevancia en la zona: el hospital o casa de enfermería. Así, a 27 de noviembre de 1218 Fernando III concede a la Orden de Calatrava el derecho a extraer anualmente 12 cahíces de sal de sus salinas de Medinaceli, con la pretensión de cederlos a la casa enfermería de El Collado (1). Situación que confirma su hijo, el rey Alfonso X, en 9 de octubre de 1255, en los mismos términos que estableció su padre (2). La sal, constituía un bien preciado en el Medioevo, pues de su uso era posible prolongar la conservación de alimentos mediante la salazón, o aplicarla para la curación de heridas y yagas, entre otros usos. Nada más tenemos de momento relativo a escritos del siglo XIII en que se mencione a Berninches o sus términos... Por ello, tomaremos unos momentos para rellenar el vacío de esta centuria en los que desgranar el modo de vida que regía aquella época. Un resumen de la vida cotidiana del pueblo durante la Edad Media, que tendrá el objeto de aproximar los usos y costumbres en el contexto de su tiempo. Una semblanza que nos llevará algunos capítulos, y que esperamos disfrutéis a través de sus coincidencias y oposiciones al modelo de vida actual. Comenzamos...

Las gentes del Berninches medieval no apreciaban el día en las 24 horas actuales; su fraccionamiento devenía de la fijación que el clero dictaminó al respecto, estableciendo un nuevo orden de tiempos que se sucedía con “prima” (salida del sol), “tercia” (media mañana), “sexta” (mediodía), “nona” (media tarde), “vísperas” (al ocaso), “completas” (anochecida), “nocturnas” (medianoche), “maitines” (primeras horas del nuevo día) y “laudes” (antes de amanecer). Se utilizaba así mismo el consumo de las velas para medir el tiempo nocturno, convirtiendo la noche en un acto de oscuridad que solía durar tres candelas. En la Baja Edad Media el toque a campana del “ángelus” ayudó a redimensionar el concepto del tiempo del pueblo a través de sus repeticiones al alba, mediodía y crepúsculo; sus tañidos ayudaron al campesino a medir mejor la sucesión de tiempos durante el día. No obstante, el hombre medieval mostraba una amplia indiferencia frente al concepto del tiempo, quizás en parte por la falta de medios para estructurarlo y asimilarlo. Este aspecto incontrolado del tiempo se manifestaba en la falta de cálculo del hombre de la época para determinar, por ejemplo, la fecha de regreso de una peregrinación o de un largo viaje. La mentalidad se resumía a "ir pasando" el ciclo día (despertar)-noche (muerte), y de ahí a las estaciones marcadas por los solsticios, para comenzar de nuevo el bucle, recordando entre medias ciertos momentos claves sucedidos en el tiempo (bodas, bautizos, funerales, etc) mediante una asociación por aproximación a festejos ("cercano a San Martín", "próximo a San Miguel", "por la Pascua", "a unos días de Navidad", etc).
Hasta los siete años de vida, se consideraba infancia, y la transición adolescente hasta cumplidos los catorce, tiempo en el cual se instauraba la plenitud viril del hombre tanto a efectos de procreación como de asistencia a las armas (en el caso masculino). Sobre los 20 años tenía lugar la plena madurez, a los 50 comenzaba la vejez y  partir de los 70 la última y decrépita etapa.

Los medievales eran madrugadores, ya que la labor solía comenzar al alba. Desayunaban sobre la hora tercia, comían entre sexta y nona y cenaban entre vísperas y completas, para acostarse pronto. Los artilugios de iluminación solían ser caros y peligrosos, susceptibles de provocar incendios en medio de una noche que suponía un momento de tinieblas, donde los peligros naturales y sobrenaturales acechaban al hombre. De hecho (y aún hoy en día) se castigaban con una dureza especial las fechorías perpetradas durante este espacio de tiempo oscuro y siniestro, amparándose en la nocturnidad. La mortandad infantil se reflejaba en no menos de un 10% de niños que solían fallecer durante el primer mes de vida (una tercera parte tampoco alcanzaba los 5 años), de ahí que el bautismo en Santa María o la Asunción se recibiera con premura, a poder ser en la primera semana de vida, en ocasiones sin la madre yacente en recuperación durante la fiesta. Ésta, una vez recuperada, se llegaba al atrio de la iglesia con el objeto de abordar la “purificación del parto”, o el método por el cual y a través de la purificación de la Virgen se pasaba página a la impureza de sangre que volvía con el período tras el parto, reintegrando a la madre a la vida parroquial. Los padrinos habrían de ser numerosos, pues la ausencia de todo tipo de registros conminaba a congregar a los máximos asistentes posibles para dar fé en lo sucesivo del hecho. Tal medida, no obstante, podía crear problemas conyugales posteriores, ya que el acto del apadrinamiento constituía lazos espirituales de parentesco con el bautizado, de modo que se restringían las posibilidades matrimoniales entre padrinos y apadrinados (ya muy mermadas por las severas restricciones consanguíneas), y reducía así el abanico de pretendientes en comunidades de baja población. En el bautismo se recibía un solo nombre, complementado más tarde por un apodo accesorio (que llamaríamos apellido) que solía proceder del lugar de origen, el oficio escogido, el mote, si era el “joven” o el “viejo”, etc). La herencia de estos apodos comenzó a extenderse con cierta regularidad a partir del siglo XII, coexistiendo con la aparición castellana del sufijo “-ez”, que fué permitiendo la transmisión del nombre patriarcal al hijo a modo del actual apellido: por ejemplo, “Martínez” era hijo de Martín, como “González” de Gonzalo, “Pérez” de Pero (o Pedro), “Ramírez” de Ramiro, “López” de Lope, etc, etc. El niño del Berninches medieval, apenas podía contar con la labor educacional y afectiva de los abuelos durante el desarrollo de su infancia, debido a la corta esperanza de vida que con frecuencia mermaba la capacidad del hombre de llegar a elevadas edades. La pobreza ocasionaba situaciones desesperadas, como que algunas madres vieran hasta rentable el fallecimiento de su bebé más tierno, con objeto de que pudiera alquilar la leche aún en el pecho a familias de mayor poder económico, que le permitiera alimentar con ello al resto de su prole. Los hijos solían acabar practicando el oficio de su padre, mientras las mujeres servían en casa propia o de algún pariente hasta la llegada del matrimonio, si había suerte… Convenía, además, entregarla cuanto antes al esposo, pues la espera en el sacramento podía con frecuencia pervertir a la moza. La ceremonia se llevaban a cabo en el atrio de la iglesia parroquial, con los novios vestidos de vivos colores y tocados en ocasiones con coronas florales. En presencia del sacerdote y testigos los contrayentes intercambiaban juramentos y anillos colocados en el dedo, cuya vena llevaba directamente al corazón. Todo un simbolismo. La novia llevaba los cabellos sueltos, como muestra de su virginidad, y a veces eran tocados con un velo ligero. Los abrazos y palmadas del público constituían auténticos símbolos mediante los cuales quedaba sellado el matrimonio. Después, se entraba a a la iglesia para recibir la bendición nupcial, a la que asistían los novios ungidos por el “yugo”, un velo amplio que los cubría a ambos. A la salida del templo, los asistentes les arrojaban puñados de cereales como deseo de abundancia para un futuro (hoy cambiados por granos de arroz) que se auguraba pleno de alimento y procreación. El sacerdote podía bendecir el lecho nupcial, acto que se valoraba como prevención a posibles maleficios en la reproducción del matrimonio. Sin embargo, las uniones entre gentes de marcada diferencia de edad, o entre viudos, daban pie a cencerradas que venían a ridiculizar a los protagonistas.
Las enfermedades se basaban en problemas sobre todo alimentarios e higiénicos; de ahí el desarrollo de la tuberculosis ( o “languidez” que citan los textos), abscesos, gangrenas, úlceras, sarnas, tumores, epilepsia (mal de San Juan), eczema (fuego de San Lorenzo), el mal de San Vito… Aunque en muchas de ellas se les solía enfrentar un patrón que las mermase o curase, tales como San Cornelio para las convulsiones, San Macario y San Fermín para el raquitismo, San Agapito que contrarrestaba los cólicos, etc, etc. A veces el enfermo que llevaba con serenidad su padecemiento, podía convertirse en modelo para su vecindario, al punto de ser visitado y consultado con profusión. La parte sana de la población, debía mostrar caridad y sensibilidad para con ellos, desarrollando un espíritu fraternal que venía a materializarse en la construcción de hospitales, normalmente promovidos por fortunas particulares o cofradías y cabildos, cuya función principal era la acogida y atención. En Berninches, dispusimos de uno durante muchos años, si bien no era grande, servía para dar auspicio a tres o cuatro convalecientes según las memorias escritas. También las hermandades hacían piña en el cuidado de los enfermos, a través de sus reglas que propugnaban el cuidado de los mismos incluso durante las vigilias entre los hermanos censados, a modo de turnos. El médico representaba la más alta autoridad sanitaria, cuyo diagnóstico venía a reflejarse en la observación del aspecto y los orines y heces del paciente; por debajo de él aparecía el cirujano (amputador) y, más abajo, el barbero o sangrador (método común el de las sangrías durante la época medieval). Los preparados curativos tenían como ingrediente principal a las plantas y derivados, aderezadas en ocasiones con sales minerales y hasta elementos orgánicos. La muerte tenía como prolegómeno la redacción del testamento, como medio reparador-material de las faltas espirituales cometidas en vida, y dónde se dejaba constancia de todo lo relativo a la sepultura, practicada en el interior de las iglesias o cementerios anexos. Estas venían dictadas en atención a la clase social, hacinamiento familiar o cuestiones de devoción a ciertos altares o santos. Las zonas preferidas se situaban a la cabecera del templo, la nave central o los laterales (donde con frecuencia se situaban los altares menores o advocaciones a santos “menores” y patronos de los pueblos). En el caso de Berninches, se corrobora así a través de los libros sacramentales y sus conclusiones respectivas a las sepulturas, en las que se deriva que los más pudientes ocupaban estos sitios señalados, en tanto las familias menos acaudaladas eran enterradas en la parte trasera de la iglesia, alrededor del coro. En el enterramiento el difunto se conducía en parihuelas o cajones abiertos cuyo uso era comunal y servía para todos los vecinos fallecidos. El duelo privado consistía en mesarse los cabellos y dejarse crecer las barbas para los varones, mientras las plañideras lloraban largamente al difunto (en ocasiones, incluso contratadas para el efecto). Durante la misa en memoria del mismo, resultaba frecuente depositar en ofrenda panes, cera o vino sobre la tumba, quedando estos en posesión del párroco que oficiaba la homilía.

(1) "Documentos para el estudio de la Orden de Calatrava en la Meseta meridional castellana (1102-1302)". Enrique Rodríguez-Picavea Matilla, UAM, Cuadernos de Historia Medieval, Madrid, 1999
(2) AHN, OO. MM., Registro de escrituras de la Orden de Calatrava, III, sign. 1343 c, fol. 124

Bibliografía:
Vivir en la Edad MediaEduardo Aznar Vallejo, Cuadernos de Historia, Arcos Libros S.L., Madrid,1999.
Los pueblos de la Península Ibérica”, Julio Caro Baroja, Editorial Txertoa, San Sebastián, 1991.
El amor en la Edad Media y otros ensayos”, Georges Duby, Editorial Alianza, Madrid, 1990.
La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento”, Mihail Baijtin, Alianza Editorial S.A., Madrid, 1988.
La mujer en la Edad Media”, Margaret Wade Labarge, Editorial Nerea SA, Madrid 1986.
La guerra en la Edad Media”, Philippe Contamine, Editorial labor SA, Barcelona, 1984.

 

2 comentarios:

Damarlop dijo...

Todo un pequeño descubrimiento de una época oscura de la que los que no estamos muy puestos y cuya imagen que nos dan las “películas”, es la de armaduras plateadas, castillos con almenas y damas que salvar, lo cual me temo que no es más que una imagen muy distorsionada y romántica de la realidad, me temo..
Seguro que ya por esa época andaba por ahí “El Unico” y tenía mucho que decir en todo esto… :-P

Un abrazo!!

Luismi dijo...

Desde luego, en la cinematografía habría que tener más en cuenta "Braveheart" que "El Cid" del Heston para hacernos una idea de aquellas épocas. Aún así, mayormente se tratan episodios bélicos (idealizados y exagerados), y se deja de lado el día a día, que es lo que pretendemos reflejar por aquí en algunos capítulos. Por ejemplo, esa dessperación con altos índices de supervivencia de aquella madre que prefiere que se le muera el bebé para sí poder vender la leche materna y sustentar a lo que le queda de prole... Como el instinto animal, en el que el águila hembra no duda en sacrificar a su polluelo más débil en tiempos de escasez, con objeto0 de que crezca el resto del nido.

Otro abrazo.

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