martes, 19 de julio de 2011

Vivir en la Edad Media (II)

La fiesta medieval venía a emparentarse, a rememorar aquél lejano tiempo de las Escrituras donde el hombre, a través de Adán, vivía sin trabajar. Comenzaba con la conmemoración de los ancestros, en pleno otoño, con la festividad de Todos los Santos y los Fieles Difuntos (1 y 2 de noviembre), para continuar con la matanza y la apertura de bodegas para San Martín. La fiesta de Pascua (domingo siguiente a la luna llena posterior al 21 de marzo) marcaba el comienzo del año litúrgico, con sus festividades de Navidad (25 de diciembre), Todos los Santos (1 de noviembre), la Ascensión o Asunción (15 de agosto, impuesta a partir del siglo XIII dado el impulso sufrido al culto mariano) y el Corpus Christi (al sexagésimo después de la Pascua de Resurrección). La Iglesia puso empeño, a la postre frustrado, en desterrar la nomenclatura romana de los días de la semana tales como los conocemos en honor a sus dioses por los “tercera feria”, “cuarta feria”, etc. El hombre medieval de Berninches y extramuros, se guiaba en su referencia del espacio tiempo por las fiestas eclesiásticas; así, la matanza se asociaba a San Martín, el pago de rentas a San Miguel, el nombramiento de caballeros a Pascua o Pentecostés…
Pese a este nuevo bautismo temporal que la Iglesia fue llevando a cabo desde su instauración en occidente, es innegable la interrelación de estas festividades con ritos paganos, sobre todo basados en fenómenos atmosféricos, de culto ancestral. Como dijera el papa Gregorio el Magno (540-604): “No destruir los templos paganos, sino bautizarlos con agua bendita, levantar altares en ellos, y allí poner reliquias. Donde el pueblo acostumbre a ofrecer sacrificios a sus ídolos diabólicos, permitirle celebrar, en la misma fecha, festividades cristianas en otra forma. Por ejemplo, el día de la fiesta de los Santos Mártires, hace que los fieles levanten enramadas y organizar ágapes. Las manifestaciones exteriores favorecerán la eclosión de los gozos interiores. No se puede eliminar de sus fieros corazones todo el pasado a la vez; no es a brincos como se sube una montaña, sino a paso lento sostenido…”. Toda una declaración de intenciones. El hombre medieval creía que ese tiempo que vivía correspondía a la última etapa de la Historia, de modo que no descartaba en absoluto el advenimiento inminente del fin del mundo. Igualmente, mantenía un concepto ambiguo del paso del tiempo, hasta el punto de no recordar bien la fecha de su nacimiento (que no constaría en escritos o censos hasta mediado el siglo XVI por recomendación papal). Llevar la cuenta del tiempo preciso en aquella época, representaba una tarea ardua, al alcance de pocos. Los cálculos de futuros y las cuentas del pasado más lejano, suponían patrimonio exclusivo de algunos clérigos y prohombres; el resto de mortales tan sólo se movía en el simple conocimiento de que la noche sucedía al día, y el otoño al verano. Su vara de medir más lógica, era una espiga de cereal en agosto, unas labores de viña en septiembre o la recolección de la oliva en noviembre y diciembre.


Los habitantes de la cuenca del Arlés del Medioevo, igual que los de allén de su mojonera, mantienen una lucha sempiterna con el bosque que les rodea, en su pretensión de ganarle espacio para el cultivo y, por ende, su propia supervivencia. El bosque o baldío (pues lo conforman tierras de balde, no aprovechables para el cultivo) representa la otra cara de la vida civilizada, y así viene a ser refugio de proscritos o guarida de alimañas que ponen en jaque la estabilidad de los aldeanos y sus medios de vida, además de aparecer como un espacio donde se concitan toda suerte de maleficios, cultos profanos o experiencias sobrenaturales. De hecho, la caracterización del demonio, con sus cuernos, cola y patas de cabra, recuerda fielmente a los sátiros y faunos que solían habitar la mitología de los bosques antiguos. A pesar de que el villano consideraba la magia como algo natural, de manifestación corriente. Durante la Edad Media, los habitantes de Berninches y alrededores de su término, disfrutaron de un clima más benigno, más templado. Estudios de diversa índole establecen un perído frío hasta el año 750, y de allí un calentamiento que se prolongó hasta el 1.200 aproximadamente, volviendo el enfriamiento global en el siglo XIII y primera mitad del XIV, para culminar con otra fase más calurosa hasta el siglo XVI. Todos estos condicionantes influyeron en la vegetación, con un bosque poco maltratado desde la Alta Edad Media, repleto de robles, encinas y hayas en sus terrenos más bajos, y poblado de abetos y pinos en las alturas. Ecosistema que influyó en la masa animal que lo poblaba, donde abundaba relativamente el oso y aún más el lobo, cuyo hábitat se extendía a través de todo el cordón de bosque occidental que entroncaba con la taiga euroasiática, donde este carnívoro se multiplicaba. La presencia del lobo, numeroso y voraz, marcó visiblemente la vida campesina en el Medioevo.
La esperanza de vida llegó a elevarse sobre el siglo XIII a los 35 años, dato que según lso expertos corroboraba la alta posibilidad de que todo aquél que llegara a los 20 años podría vivir hasta en torno a los 60. La influencia de la alta mortalidad, sobre todo entre las mujeres provocada por los partos, estableció una proporción aproximada de unos 140 hombres por cada 100 mujeres, que se irá igualando a lo largo de la Baja Edad Media. El campesino de Berninches y aledaños solía consumir unas 1.500 calorías al día, frente a las 6.000 que empleaban los señores del clero y la nobleza. En cualquier caso, la aparición de la tecnología en los mecanismos de producción, tales como la forja, el molino o la serrería, ayudaron a mejorar las condiciones del campesino, liberandolos de la aportación de fuerza humana. La multiplicación de la natalidad impulsó en mcuhos casos a los clanes familiares a la emigración sobre todo de la parte que constituía el excedente de una familia amplia, convirtiéndose en colonos ávidos de quitar al bosque terrenos en los que asentarse. Durante la plena Edad Media se marcará un paso decisivo en la vida del campesinado, rompiendo con su tradicional aislamiento y articulándose en nuevos grupos asociativos, capaces de enfrentar mejor mediante su agrupación en concejos, los problemas y necisidades del medio circundante, creando un lazo de unión que más tarde serviría para incluso enfrentarse a los abusos señoriales. Como veremos más adelante, en Berninches y sus alrededores tenemos casos datados para finales del siglo XV, entre otros.
En estas asociaciones campesinas influyeron dos constantes decisivamente: las parroquias, por una parte, y las cofradías, por otra. Las primeras establecieron un vínculo tanto horizontal (entre aldeanos), como vertical (aldeano-señor), y no solo constituían centros de piedad y homilía, sino que en sus mismos pórticos, al tañido de su campana, el concejo se reunía para dirimir cuestiones fuera de la religión, como pudiera ser la lectura de bandos, edictos o simples cónclaves donde dirimir los problemas y soluciones municipales, en la antesala de lo que después vendría a llamarse "ajuntamiento" o "ayuntamiento", con un edificio específico al respecto. Entretanto, las parroquias cumplieron con creces el cometido, albergando en la paz de su atrio sagrado todas estas cuestiones.

Este espacio ganado al bosque constituía un logro importante, capaz de ser transformado en grano mediante su siembra, pero para ello se precisaba del artefacto de manufactura por excelencia de la época: el molino. Los primeros, venían a servirse de la tracción humana o animal para su funcionamiento, y por ello se les llamaba "molinos de sangre"; evolucionando posteriormente a los que aprovechaban la fuerza del agua mediante una rueda horizontal (rodeznos) y que solían ubicarse en zonas agrestes o montañosas, culminando la técnica con las "aceñas" o molinos de rueda vertical, mucho más capaces debido a la multiplicación de la fuerza mediante sistemas de engranajes, y que comenzaron posicionándose en grandes núcleos urbanos o señoríos en cursos de abundante agua. Las posesiones de estos molinos ocasionaron múltiples conflictos entre el vecindario y los señores feudales, e incluso en la ribera del Tajo veremos como los abusos de los terratenientes provocaron situaciones violentas cuyos principales destinatarios fueron estas "máquinas de combatir el hambre". Igualmente, el señor podía escoger el tipo de grano a entregar por los campesinos, optando en no pocas veces por la avena, bajo la premisa de mantener a sus caballerías. En ocasiones, si el caudal no era abundante, solía potenciarse con la construcción de pequeñas presas controladas en su apertura, que multiplicase la fuerza del chorro. Así mismo, las crecidas podrían causar graves daños en su estructura. Era frecuente su construcción a cal, canto y madera; esta última de encina, roble o eucalipto, por ofrecer mayor resistencia a la humedad, y una vez seleccionada habría de permanecer un tiempo prudencial en remojo, con objeto de que no se resquebrajase. El molino que se mantuviese sin funcionar durante tiempo, en contacto con el agua, se pudría y hundía con rapidez, como fué el caso del harinero cercano a las Puentecillas, que se mantuvo en uso hasta mediados del siglo XX... Y que ya cuentan las crónicas sirvió como tal en tiempos de La Golosa...
El uso de las aguas se regulaban mediante normas consensuadas, capaces de establecer los días, horas y formas en que los labradores y molineros habrían de repartirse el preciado elemento. Los molinos, por su amplia confluencia humana, representaban verdaderos centros de relación tanto entre el propio vecindario, como con forasteros que pudieran acudir a él, intercambiando noticias, sucesos y chismorreos varios. En épocas de demanda, el molino podía mantener su actividad nocturna, extendiéndola durante las 24 horas. Como dato curioso, se tenía por cierto que mantener el agua con el que habría de elaborarse el pan bajo el influjo de la luna y los astros, contribuía a desarrollar dones especiales a los comensales, como la inteligencia o la memoria. El proceso de elaboración del grano comenzaba con la descarga de las monturas y su peso en romana, filtrándose a través de una criba de malla denominada "harnero" para filtrar las impurezas. Una vez lavado y oreado se depositaba en la tolva, debiendo de tener un pequeño grado de humedad con objeto de que no produjera una harina demasiado fina, capaz de quemarse o perderse por "espolvoreo". Cuando acababa la molida, la harina machacada por la piedra caía en un recipiente llamado "harinal", que venía a contener unas 5 ó 6 fanegas. Empleaban levadura natural, procedente de una parte de la masa fermentada de un amasijo anterior, conservándola en lugar fresco durante una semana o quincena, en la que se volvía a amasar. El pan, por entonces, no suponía ni mucho menos un producto diario, y su calidad venía a ser en ocasiones ínfima, al mezclarlo con avena, escanda o centeno. Los meses de junio a agosto suponían el tiempo de mayor actividad del molino, al representar las fechas de recolección de la cosecha y no convenía mantener por mucho tiempo la harina almacenada, debido a que su contenido de agua y grasa podía criar una especie de polilla que la echaba a perder, enranciando y ensuciando el producto. El molinero solía cobrar en especie, sobre una parte del género a moler, denominado "maquila". Se fijaba sobre el peso del trigo entrante y se cobraba sobre el de la harina resultante. Cada fanega de trigo cosechada (unos 46 kilos) venía a mantener unos 36 kgs. de harina y otros 10 kgs. de "salvado" (cáscara del grano). El oficio de molinero era por entonces considerado vil y ruin, propio de minorías étnicas o marginados. El aislamiento de la comunidad, al ser una obra propia de arrabales y extramuros, venían a conferir una aureola de leyenda sobre el molinero ("cornudo") y la molinera ("casquivana" o ligera de cascos), que refrendan en cierto sentido el refranero y cancionero popular. No obstante, el molinero se esforzaba por tener buenas relaciones con sus vecinos, procurando sobre todo mostrar imparcialidad en el pesaje, detonante de no pocos conflictos. Con la proliferación de los molinos hidraúlicos durante la Edad Media, se da pie a la escisión definitiva entre el gremio de panaderos y molineros, labores que anteriormente efectuaban conjuntamente, en una molienda casera y manual sobre cuencos de piedra.

BIBLIOGRAFÍA:
Vivir en la Edad MediaEduardo Aznar Vallejo, Cuadernos de Historia, Arcos Libros S.L., Madrid,1999.
Los pueblos de la Península Ibérica”, Julio Caro Baroja, Editorial Txertoa, San Sebastián, 1991.
El amor en la Edad Media y otros ensayos”, Georges Duby, Editorial Alianza, Madrid, 1990.
La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento”, Mihail Baijtin, Alianza Editorial S.A., Madrid, 1988.
La mujer en la Edad Media”, Margaret Wade Labarge, Editorial Nerea SA, Madrid 1986.
La guerra en la Edad Media”, Philippe Contamine, Editorial labor SA, Barcelona, 1984.
Molinos y panaderías tradicionalesJ. Escalera Reyes y A. Villegas Santaella, Editorial Nacional., Madrid,1983.
Guerreros y campesinosGeorges Duby, Siglo XXI de España Editores S.A.., Madrid,1976.
Los campesinos en la sociedad medieval Mercedes Borrero Fernández, Cuadernos de Historia, Arcos Libros S.L., Madrid,1999.

2 comentarios:

Luismi dijo...

Vengo notando que en el título "Vivir en la Edad Media" la tipología de letra escogida hace que la "V" parezca en realidad una "B". Queda constancia de ello, pues tengo claro que la ortografía manda escribirlo con "v"; los de Berninches podemos tener cierta fama de "borricos", pero siempre con "b"...

Oscar dijo...

Cuanto aprendo aquí.
Me llama un momtón la atención el término " Ajuntamiento ". Que curioso !
Me has hecho imaginarme el " Molino " en pleno Agosto a to trapo.
Enhorabuena da gusto leerte

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