miércoles, 3 de agosto de 2011

Vivir en la Edad Media (III)


La guerra...Guerra es la ciencia de la destrucción, como diría John J. Caldwell. Para Carl Von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política, por otros medios. Con las razones de ambos, uno de los oficios más antiguos del hombre, la aniquilación de sus semejantes, tuvo especial relevancia durante las turbias edades que comprendieron la Edad Media. Y, las guerras por motivos religiosos, jugaron un papel preponderante sobre el resto. Ciñéndonos a la situación de la Península Ibérica, nunca existió un armisticio duradero entre musulmanes y cristianos en la línea fronteriza, acaso sólo acuerdos frágiles de paz. El proceso de Reconquista se efectuó en un flujo de avances y retrocesos sobre las tierras, con audaces golpes de mano llevados a cabo por una u otra parte, en medio de derrotas y victorias; no existió un empuje arrollador por ninguno de los dos bandos. En puridad, la palabra “guerra” designaba la luc ha entre los magnates, y el término “bellum” se empleaba para aludir al combate contra el árabe. La “hueste” significaba la ofensiva dirigida por el rey o su lugarteniente, el “fonsado” hacía mención a las campañas lanzadas por ciudades o magnates y la acepción “apellido” se refería a la leva masiva movilizada en caso de invasión. También se usaba para designar a la llamada municipal ordenada por un mandatario para el arresto de delincuentes o prófugos. La expedición en terreno infiel era denominada “cabalgada”, “algara” o “corredura”. El papado veía en la ballesta un artefacto perverso, llegándose a penalizar con anatema su uso entre cristianos (Letrán, 1139). Losw centros urbanos constituían enclaves de apoyo militar, en atención a sus recintos fortificados, la posibilidad de castillos o los recursos que proporcionaban a través de sus hombres, dineros y armas. La guerra en el Medioevo solía presentarse como una repetición de asedios, escaramuzas y devastaciones, que venían jalonados de vez en cuando por un combate de cierta importancia. En los sitios era moneda común el envenanimiento de aguas, bloqueo de víveres o la propagación de epidemias intramuros. Las casas, granjas, molinos y arrabales en general dificultaba la labor de defensa del recinto, permitiendo ocultarse en ellas a las tropas sitiadoras; por ello, era lógico arrasarlas por los mismos defensores si había lugar a ello. Los caballeros cargaban sin orden ni concierto, escogiendo a su rival en la refriega, por lo que a menudo las batallas suponían un amasijo de combates individuales, donde el comandante no ejercía más labor que la de un (preciado) luchador más. El valor se concebía como un comportamiento inherente a la aristocracia, propio de la sangre “pura”. De cualquier modo, las formas de guerra solían ser poco peligrosas, sobre todo las libradas entre mismas facciones religiosas. Valga el dato ofrecido en 1127, con la guerra civil encendida en Flandes a raíz del asesinato de Carlos el Bueno: la magnitud del regicidio puso frente a frente a un millar de caballeros, de los cuales murieron…8. 5 de ellos nobles, de los cuales 1 sólo de ellos en combate (durante una persecución), mientras que los otros 4 perecieron víctimas de las caídas de sus caballos; otro durante un resbalón escalando las murallas, un octavo por hundírsele encima una techumbre y el noveno por el exceso de celo… ¡Al soplar el cuerno de batalla!.

Existía cierto pavor ante la perspectiva de una batalla formal, con sus consecuencias político-militares y el riesgo de mortandad en un breve tiempo de enfrentamiento cruel, de ahí que hasta profesionales de las armas solo hubieran conocido dos o tres combates de verdad en toda su vida. Con todas estas perspectivas, entraba en juego una modalidad mucho más sugerente para el combatiente: el apresamiento del enemigo y consiguiente pedida del rescate. Obviamente, hablamos de casas llamadas nobles. Para el vencedor supondría una buena inyección de honra y oro, y para el vencido una ignominia y deshonor. No es extraño, pues, que en muchas de estas refriegas el apresamiento se considerase primordial. Hasta el Concilio de Toulouges (1027) la Iglesia no dispone la llamada “tregua de Dios”, mediante la cual toda violencia habría de ser interrumpida desde la novena (noche) del sábado a la prima (mañana) del lunes. Esta prohibición se extendía también a los pleitos, los trabajos manuales y la actividad de mercado, así como en la proximidad de santuarios que solían delimitarse con cruces en los caminos. Desde finales del siglo XI la coraza se elaboró tanto en su acabado que venía a valer tanto como una buena explotación agrícola. Hasta poco antes de esas fechas, el hierro constituía un preciado género dedicado casi en exclusiva al aderezo militar; a partir del 1.100 aproximadamente, se comenzó a usar también en la reja de los arados. La oferta de hombres de armas superaba a la demanda por regla general, al encontrar un nutrido grupo de vástagos nobles desheredados por cuestiones de primogenitura. Estos solían ampararse en el adiestramiento militar, base de su educación, de modo que se producían amplios excedentes de combatientes que la Iglesia tuteló y encauzó por medio de las llamadas órdenes de caballería. Baste un dato: los nobles y prelados asistentes a la convocatoria de la 1ª Cruzada (1095) sumaron tantos que no cupieron en la catedral, y el evento tuvo que ser trasladado al aire libre.


Los ejércitos medievales comenzaron nutriéndose de elementos a movilizar dependiendo de las campañas, sobre un grupo originario formado por caballeros. No constituían, pues, ejércitos de carácter permanente; el señor o el rey mantenían sobre sus vasallos la potestad de que sirvieran si así eran reclamados entre sus huestes. En Castilla, y desde tiempos de Fernando III, el servicio militar se pagaba mediante soldada, que los nobles beligerantes aportaban tanto en modalidad de caballería como de infantería. El servicio militar obligado de castas no profesionales, solía articularse a través de los concejos. Todos los varones útiles comprendidos en edades de 16 a 60 años, eran susceptibles de ser movilizados; era común que la monarquía solicitase a la villa un número de combatientes que el concejo resolvería acudiendo a sorteo o voluntariado entre sus villanos.
No obstante, la contratación de mercenarios en ciertas campañas (guerras interinas de Castilla o campaña de Portugal, en la que se solicitó el concurso de profesionales franceses) fué una práctica añadida, dependiendo de cómo anduvieran las arcas y la importancia del desenlace, complementada a la fuerza aportada por los caballeros profesionales "en nómina" y las levas populares que manejaba cada monarca. A partir de 1493 Castilla abordó el mantenimiento de un ejército permanente, estableciendo una guardia inciial de 2.500 lanzas, agrupadas en 25 capitanías de 100 lanzas cada una. Hasta 1525, en los que se redujeron las aportaciones "por lanza" -reflejando así el auge del poder de la infantería- Castilla llegó a tener casi 2.500 lanzas disponibles.
Un aspecto a tener en cuenta en la escalada bélica que se produce a mediados del siglo XIV, se basa en la multiplicación de plagas (sobre todo la peste), que acaba por mermar a la población medieval, y por ende el origen de los beneficios de buena parte de los señoríos. Esta situación produjo un intento de paliar los daños económicos de los nobles por medio de prácticas más abusivas contra el campesinado. Nadie quería dejar de percibir sus rentas "de derecho"... Otro condicionante que marca tanto los siglos VIV como el XV se ciñe a la situación de soldada que ya venían cobrando los ejércitos, aún de nos er permanentes. La finalización de campañas militares provocaba el licenciamiento de los guerreros, dejando de percibir por ello su salario, lanzando al precario espacio social un buen número de elementos en "paro", con el agravante de suponer gentes de un marcado carácter violento, por lo inherente a su profesión. La proliferación de estos grupos, a menudo entregados al saqueo en tanto esperaban un nuevo señor que pagase sus soldadas, acabó por precisar la adopción de nuevas medidas en Castilla, implantadas ya en el siglo XV, y que pasaban por la creacción de un ejército permanente. Un grupo bélico que habría de quedar acuartelado en los confines del reino, en espera de nuevas órdenes de combate. La sangría económica que este tipo de ejércitos provocaba, al tener que pagar anualmente y no sólo esporádicamente sus servicios, se compensó reduciendo considerablemente su número de integrantes. 

El poder del señor feudal dependía de la extensión de sus tierras, la cnatidad de vasallos que podía movilizar y el tamaño de sus fortalezas, sobre todo si estaban construidas en piedra. A menudo las guerras privadas mantenían como fin unir dos tierras del mismo señor separadas por una tercera del prójimo. La caballería, aún de estar abierta a todo hombre bautizado, acaba suponiendo una clase hereditaria debido al alto precio que conlleva la adquisición de un caballo, armadura y el despilfarro de una vida ociosa y cortesana. No obstante, cualquier caballero tiene potestad de ordenar caballero a otro. Su vida comienza en el aprendizaje del castillo paterno hasta los 10 ó 12 años, edad en la que marcha al amparo de un padrino de armas. Después, comienza una etapa más larga y técnica, en la que se desarrolla de modo profesional y espiritual, ejerciendo hasta la juventud un cierto rol de sirviente ante su protector. Sirven en la mesa, acompañan en cacerías, se ocupan de sus caballos y halcones, mantienen sus armas, acompañan a torneos y campos de batalla... Son los "escuderos", hasta que llega el día de su investidura. Esta llegaba mediante la "investidura antigua" en un principio, mediante el "espaldarazo" (de costumbre germánica) o golpe con la mano sobre la espalda o la nuca. Posteriormente, se fué llevando más a cabo la "investidura eclesial", por la cual se preparaba mediante la confesión y comunión al nuevo caballero, velando durante una noche en una iglesia o capilla las armas que habría de tomar después. Se bendicen estas armas entregadas por el padrino a su ahijado y el escudero viste a su señor recitando por medio alguna oración, para terminar jurando las costumbres y obligaciones de la caballería y recibiendo el equipo militar (espada, espuelas, cota de malla, yelmo, lanza y escudo; por este orden).

BIBLIOGRAFIA:
Vivir en la Edad MediaEduardo Aznar Vallejo, Cuadernos de Historia, Arcos Libros S.L., Madrid,1999.
Los pueblos de la Península Ibérica”, Julio Caro Baroja, Editorial Txertoa, San Sebastián, 1991.
El amor en la Edad Media y otros ensayos”, Georges Duby, Editorial Alianza, Madrid, 1990.
La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento”, Mihail Baijtin, Alianza Editorial S.A., Madrid, 1988.
La mujer en la Edad Media”, Margaret Wade Labarge, Editorial Nerea SA, Madrid 1986.
La guerra en la Edad Media”, Philippe Contamine, Editorial labor SA, Barcelona, 1984.
Molinos y panaderías tradicionalesJ. Escalera Reyes y A. Villegas Santaella, Editorial Nacional., Madrid,1983.
Guerreros y campesinosGeorges Duby, Siglo XXI de España Editores S.A.., Madrid,1976.
Los campesinos en la sociedad medievalMercedes Borrero Fernández, Cuadernos de Historia, Arcos Libros S.L., Madrid,1999.
Guerra y sociedad en la Europa OccidentalJon Andoni Fernández de Lardea, Cuadernos de Historia, Arcos Libros S.L., Madrid,1999.
Vida cotidiana de los caballeros de la Tabla RedondaMichel Pastoureau, Ediciones Temas de Hoy S.A., Madrid,1990.

2 comentarios:

Damarlop dijo...

Me ha encantado lo de un millar de caballeros en batalla y murieron... 8, 7 accidentados y uno huyendo... “pues mire vuestra merced que yo pensaba que allá por la edad media se segaban cabezas en batalla como cual corta el trigo en la cosecha”

siempre se aprende algo nuevo cada día.. jejeje

un abrazo..

Luismi dijo...

Y el que palmó por soplar con demasiado ímpetu el cuerno... Glorioso. Y es que una cosa es Hollywood, y otra el campo sin atrezzo ni alfombras rojas.

Sólo sabemos, que sabemos muy poco.

un abrazo.

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