Paróse en una mañana
la moza entre la junquera
la moza entre la junquera
por ver si clavando hinojos,
su sed del río prendiera.
Arlés viene a ser su nombre,
manantial a media legua;
granando en verde la orilla,
que al cauce del Tajo, pecha.
En tanto besan sus labios
el cristal del agua fresca,
trae el viento entre los chopos
ruidos de gentes de guerra
¡Cuernos de batalla suenan,
allá en mitad de la vega!
¿Do ha de esconderse la niña
y que la daga no hiera?.
Entre mimbres y cañizo,
quedó la dama morena;
con su cántara cual arco,
con los juncos por almena.
Arriba de la colina,
hacia su cara siniestra,
hombres hay de media luna,
van mas de mil en hilera.
A la parte que hace frente,
subidos en la cimera,
no mas de quinientos son
bajo cristiana bandera.
Marchan altos estandartes,
se ajuntan hombres y bestias,
los peones con sus picas,
los caballeros, a espuela.
Allá se arriman las huestes,
las herraduras se emplean;
lleva el aire por los robles
el cantar de su carrera.
Una bandada de grajas,
deja el calor de la olmeda,
cuando el chocar de los hierros,
por todo el valle resuena.
Ya se hienden los escudos,
ya la espada entra en faena;
caen peones y caballos,
ya la muerte se los lleva.
La sangre cubre la cuesta,
mezclada en la polvareda;
los pendones, desgarrados,
mortajas son de la brega.
De victoria se dan gritos,
vienen de cristianas lenguas;
alzánse al cielo las armas,
firmando la buena nueva.
Y los ojos de la joven,
ven huir por la yesera
al cadí de la morisma,
que su montura no frena.
Tendido al galope sigue,
como si fuere galerna,
la yegua de aquél capitán,
alcarreña toda entera.
Palafrenes y jinetes,
enfilan a la vereda,
la moza los ve llegarse;
¡batirse van frente a ella!.
El infiel saca el alfanje,
el cristiano la ropera,
agita el corcel sus crines,
bufa la jaca a su vera.
Estira el moro su arma,
por un costado le llega;
la espada del castellano,
su cabeza le cercena.
Cae la testa por un lado,
por el otro la huesera;
y el cristiano y su armadura,
a los pies de la doncella.
Presta acude a socorrello,
quitándole la collera,
brota a mansalva la sangre;
la fiebre el sentido ciega.
“¿Vino a verme ya la Virgen?
¡no hay herida que me duela!,
desearía, Señora,
pediros en la postrera
Que en aquestos pegujales,
tierras de pan y colmena,
levantarais una ermita
que a vueso nombre haga entrega.
Pues sois Virgen del Collado,
do ganasteis la pelea
portando enseña cristiana,
a las tropas sarracenas.
Decidme vos que así lo hareis,
en antes de trabar condena,
pues morir en paz quisiere,
y tal deseo, me quema”.
Le tomó mano la joven,
y acercando su cabeza
prometióle al caballero
dar cumplido a su sentencia.
5 comentarios:
De la imaginación popular... Hoy un servidor, mañana una servidora... Ya sabes que en Berninches hemos ido dejando a través de enramadas, mayos, sentencias del ahorcado, jesuses amorosos y demás, trocitos de Historia, cada cual con lo que podía o sabía. Esta es la contribución de hoy al romancero de la cuenca alta del Arlés.
Un abrazo.
upsss, he borrado mi entrada sin querer...
pues muy buena maginación!!!
Desde la tierra Occitana y también pisada por los almogavares se acuerdan de ti 3 fieles a las aguas del Arles. Raúl, Chele y Carlos desde Calella de Palafrugell.
¡Coñe, qué sorpresa, vaya 3 "espadas"...! Se den un baño por mi, que ya gasté el bono-playa.
Pasenlo como suelen hacerlo. Unos abrazos, camaradas.
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